LA TÉCNICA DEL COMO SÍ
En la naturaleza existe una red de conectividades, significados y relaciones implícitas; sanar la vida es el arte de darles el valor y el significado correctos. Las enfermedades son consecuencia de la ruptura en nuestra red interior de relaciones, el reestablecimiento de dicha red es el hilo conductor en la sanación psicológica que nos lleva a la comprensión amorosa.
En la naturaleza existe una red de conectividades, significados y relaciones que están ahí, implícitas; relaciones a las que no sabemos dar uso, ni darles el valor y el significado correctos. En cierta medida las enfermedades son consecuencia de la ruptura en nuestra red interior de relaciones, especialmente debido a nuestra visión del mundo, a nuestra actitud. Entonces lo que intentamos es rescatar el significado de esa red que la naturaleza ha puesto a nuestra disposición, y a ese acto lo llamamos restablecimiento de la red relacional. Dicho reestablecimiento es el hilo conductor en la sanación psicológica que nos lleva a la comprensión amorosa.
La imagen que tengo de mí mismo es la primera red relacional que yo tengo que reestablecer y la imagen de mí mismo se llama “sí mismo” y es lo queda permanentemente en nosotros después de eliminar todas las añadiduras, los accidentes y los ruidos. En los últimos cinco años la psicología se ha encargado de estudiar un tema apasionante que es el de las personalidades múltiples, cuya frecuencia se creía que era algo excepcional, pero se ha visto que no es así. La mayoría de nosotros manifestamos síntomas del síndrome de personalidad múltiple; en algunos es más explícito, en otros más implícito.
Frecuentemente, los niños que son heridos en alguna forma desarrollan un refugio en otra personalidad para defenderse del sufrimiento. Las personas muy sensibles, con capacidades artísticas o gran capacidad de amar, suelen desarrollar mecanismos de defensa con los cuales escapan de su personalidad habitual para vivir desde otra personalidad, por lo menos mientras pasa la tempestad. Sin embargo, esa disociación se presenta en todos nosotros dado que dentro nosotros se conjugan diferentes personalidades simultáneamente por ejemplo, el villano puede estar a la vez que el modesto, la generosidad más grande y también el mayor de los egoísmos. Igualmente frente a distintas personas nos comportamos con distintas personalidades: tenemos una personalidad frente al hijo, otra frente a la mamá, otra para el maestro, y otra para el mundo. Así vamos como camaleones, cambiando de personalidad, buscando adaptarnos al medio ambiente.
De ahí que sea una estrategia de defensa, pero esas distintas personalidades no son el “sí mismo”; los sicólogos han descubierto que el “sí mismo” es una personalidad que se revela bajo hipnosis, como algo que existe antes de la existencia, es decir, que existe antes de todas las otras personalidades, algo que permanece aún después de que las otras personalidades mueren. El “sí mismo” es como un director de orquesta, capaz de armonizar todos los instrumentos, una personalidad que integra, que no separa, que le da sentido y propósito a las otras personalidades. Todas las personalidades perderían sentido si no fuera porque existe ese sustrato interior, ese vórtice o el núcleo de atracción que mantiene la coherencia de lo que somos; si perdiéramos ese atractor o ese núcleo, automáticamente volaríamos en átomos, nos desintegraríamos como cuerpo físico, emocional y mental.
Cuando hablamos de restaurar el conocimiento de sí, la relación consigo mismo y la aceptación, estamos hablando de la tolerancia. Hay alguien que integra al interior pero que no se opone a las otras personalidades, que no las rechaza, que no las desintegra, que comprende que todo tiene luz y sombra, que todo tiene día y noche, que en nosotros hay cosas que desde afuera se ven como opuestas, pero sabe que en lo más profundo de nuestro corazón son totalmente complementarias. Sin esos pares de opuestos nuestra vida no tendría sentido; por lo tanto no tratamos de destruir las personalidades, ni negar lo que somos; tratamos de integrarlas, dándoles sentido y coherencia interior, porque ahí es donde adquieren significado, ahí la luz y la sombra no son opuestos sino complementarios de un sólo proceso llamado aprendizaje con visión y conciencia. Ese es el proceso global que vivimos al interior.
Decimos que la principal parte de la sanación de las relaciones, es sanar la relación con nosotros mismos. Sanar la relación con nosotros mismos es reconocer el “sí mismo”, profundo que habita en el corazón de cada uno. Cuando llegamos a ese “sí mismo” todos los accidentes, todas las cosas externas, todas las vivencias de afuera, empiezan a adquirir sentido interior. En ese adquirir sentido debemos entender que hay un propósito unificador, un núcleo que en nosotros comprende y entiende, y es el núcleo que representa el vórtice de la atención, al que llamamos la cualidad. Dicha cualidad está por debajo de las apariencias, el verdadero ego, el “yo”, no la máscara del yo, sino la esencia que se esconde detrás de ella; algunos le llaman el habitante interior, y en buena parte de las tradiciones de la humanidad se le ha llamado el alma.
En la naturaleza existe una red de conectividades, significados y relaciones implícitas; sanar la vida es el arte de darles el valor y el significado correctos. Las enfermedades son consecuencia de la ruptura en nuestra red interior de relaciones, el reestablecimiento de dicha red es el hilo conductor en la sanación psicológica que nos lleva a la comprensión amorosa.
En la naturaleza existe una red de conectividades, significados y relaciones que están ahí, implícitas; relaciones a las que no sabemos dar uso, ni darles el valor y el significado correctos. En cierta medida las enfermedades son consecuencia de la ruptura en nuestra red interior de relaciones, especialmente debido a nuestra visión del mundo, a nuestra actitud. Entonces lo que intentamos es rescatar el significado de esa red que la naturaleza ha puesto a nuestra disposición, y a ese acto lo llamamos restablecimiento de la red relacional. Dicho reestablecimiento es el hilo conductor en la sanación psicológica que nos lleva a la comprensión amorosa.
La imagen que tengo de mí mismo es la primera red relacional que yo tengo que reestablecer y la imagen de mí mismo se llama “sí mismo” y es lo queda permanentemente en nosotros después de eliminar todas las añadiduras, los accidentes y los ruidos. En los últimos cinco años la psicología se ha encargado de estudiar un tema apasionante que es el de las personalidades múltiples, cuya frecuencia se creía que era algo excepcional, pero se ha visto que no es así. La mayoría de nosotros manifestamos síntomas del síndrome de personalidad múltiple; en algunos es más explícito, en otros más implícito.
Frecuentemente, los niños que son heridos en alguna forma desarrollan un refugio en otra personalidad para defenderse del sufrimiento. Las personas muy sensibles, con capacidades artísticas o gran capacidad de amar, suelen desarrollar mecanismos de defensa con los cuales escapan de su personalidad habitual para vivir desde otra personalidad, por lo menos mientras pasa la tempestad. Sin embargo, esa disociación se presenta en todos nosotros dado que dentro nosotros se conjugan diferentes personalidades simultáneamente por ejemplo, el villano puede estar a la vez que el modesto, la generosidad más grande y también el mayor de los egoísmos. Igualmente frente a distintas personas nos comportamos con distintas personalidades: tenemos una personalidad frente al hijo, otra frente a la mamá, otra para el maestro, y otra para el mundo. Así vamos como camaleones, cambiando de personalidad, buscando adaptarnos al medio ambiente.
De ahí que sea una estrategia de defensa, pero esas distintas personalidades no son el “sí mismo”; los sicólogos han descubierto que el “sí mismo” es una personalidad que se revela bajo hipnosis, como algo que existe antes de la existencia, es decir, que existe antes de todas las otras personalidades, algo que permanece aún después de que las otras personalidades mueren. El “sí mismo” es como un director de orquesta, capaz de armonizar todos los instrumentos, una personalidad que integra, que no separa, que le da sentido y propósito a las otras personalidades. Todas las personalidades perderían sentido si no fuera porque existe ese sustrato interior, ese vórtice o el núcleo de atracción que mantiene la coherencia de lo que somos; si perdiéramos ese atractor o ese núcleo, automáticamente volaríamos en átomos, nos desintegraríamos como cuerpo físico, emocional y mental.
Cuando hablamos de restaurar el conocimiento de sí, la relación consigo mismo y la aceptación, estamos hablando de la tolerancia. Hay alguien que integra al interior pero que no se opone a las otras personalidades, que no las rechaza, que no las desintegra, que comprende que todo tiene luz y sombra, que todo tiene día y noche, que en nosotros hay cosas que desde afuera se ven como opuestas, pero sabe que en lo más profundo de nuestro corazón son totalmente complementarias. Sin esos pares de opuestos nuestra vida no tendría sentido; por lo tanto no tratamos de destruir las personalidades, ni negar lo que somos; tratamos de integrarlas, dándoles sentido y coherencia interior, porque ahí es donde adquieren significado, ahí la luz y la sombra no son opuestos sino complementarios de un sólo proceso llamado aprendizaje con visión y conciencia. Ese es el proceso global que vivimos al interior.
Decimos que la principal parte de la sanación de las relaciones, es sanar la relación con nosotros mismos. Sanar la relación con nosotros mismos es reconocer el “sí mismo”, profundo que habita en el corazón de cada uno. Cuando llegamos a ese “sí mismo” todos los accidentes, todas las cosas externas, todas las vivencias de afuera, empiezan a adquirir sentido interior. En ese adquirir sentido debemos entender que hay un propósito unificador, un núcleo que en nosotros comprende y entiende, y es el núcleo que representa el vórtice de la atención, al que llamamos la cualidad. Dicha cualidad está por debajo de las apariencias, el verdadero ego, el “yo”, no la máscara del yo, sino la esencia que se esconde detrás de ella; algunos le llaman el habitante interior, y en buena parte de las tradiciones de la humanidad se le ha llamado el alma.
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